Hoy aún recuerdo a Nah-Lü, tantos años conmigo. Las personas nos hacemos adictos de lo que sea incluso de otras personas. Durante años le surgieron neuras diversas como barrer y limpiar el salón para arreglar su vida, ordenar una por una las camisetas y camisas dispuestas posteriormente en un orden prefijado que aparentemente lo hacía todo más práctico (si no fuera porque tardaba unas tres horas en ordenar), esto le hacía sentirse en paz.
Ella hacía ruido, sonaban los platos y el agua, hacia sonar fuertemente cepillos y dientes, caminar y colocar, descolocar mis cosas. Y entonces había momentos en los que me fastidiaba, curioso quizá que lo recuerde con añoranza. Ella ocupó mi vida de carcajadas o caricias, de siestas al mediodía, de orden frenético, y no recuerdo ni una sensación desagradable de todo aquello. Como una buena hoja de coca, me quedó el buen sabor y no la resaca.