Aún recuerdo los nombres que les pusimos a cada uno de los árboles de aquella zona donde solíamos jugar de pequeños. Junto al lago aquel inventamos ser personas que no éramos: un hechicero, tu abuelo, el vendedor de tabaco, …
Recuerdo también cómo nuestros padres nos advertían de los hipopótamos, y también todas aquellas canciones que aprendimos juntos.
Después de ciento cuarenta y tres años recuerdo bastante… pero he olvidado tu nombre.