Winston había recobrado suficiente energía para hablar: -¡No podréis conseguirlo! -dijo débilmente.

-¿Qué has querido decir con esas palabras, Winston?

-No podréis crear un mundo como el que has descrito. Eso es un sueño, un imposible.

-¿Por qué?

-Es imposible fundar una civilización sobre el miedo, el odio y la crueldad. No perduraría.

-¿Por qué no?

-No tendría vitalidad. Se desintegraría, se suicidaría.

-No seas tonto. Estás bajo la impresión de que el odio es más agotador que el amor. ¿Por qué va a serio? Y si lo fuera, ¿qué diferencia habría?. Supón que preferimos gastarnos más pronto. Supón que aceleramos el tempo de la vida humana de modo que los hombres sean seniles a los treinta años. ¿Qué importaría? ¿No comprendes que la muerte del individuo no es la muerte? El Partido es inmortal.

Como de costumbre, la voz había vencido a Winston. Además, temía éste que si persistía su desacuerdo con O’Brien, se moviera de nuevo la aguja. Sin embargo, no podía estarse callado. Apagadamente, sin argumentos, sin nada en que apoyarse excepto el inarticulado horror que le producía lo que había dicho O’Brien, volvió al ataque.

-No sé, no me importa. De un modo o de otro, fracasaréis. Algo os derrotará. La vida os derrotará.

[…]

-¿Acaso crees en Dios, Winston?

-No.

-Entonces, ¿qué principio es ese que ha de vencernos? -No sé. El espíritu del Hombre.

-¿Y te consideras tú un hombre?

-Sí.

-Si tú eres un hombre, Winston, es que eres el último. Tu especie se ha extinguido; nosotros somos los herederos. ¿Te das cuenta de que estás solo, absolutamente solo? Te encuentras fuera de la historia, no existes. -Cambió de tono y de actitud y dijo con dureza- ¿Te consideras moralmente superior a nosotros por nuestras mentiras y nuestra crueldad?

-Sí, me considero superior.

1984, George Orwell